CUANDO LOS HIJOS

SE VAN DE CASA

 

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En las sociedades modernas, la vida de los individuos parece residir en el equívoco que produce un anonimato cada vez más pronunciado junto a la apelación, no menos explícita, a los valores individuales que habrían de sustentar la vida social. No es casual, por consiguiente, que exista una confusión total a la hora de decantar las necesidades y exigencias que el sujeto tiene como propias de aquellas otras que le vienen impuestas por obligaciones sociales e institucionales.

Si se considera, por ejemplo, la celula familiaar, es corriente encontrar padres que no son capaces de abordar consigo mismos los problemas que su mundo interior les plantea, de modo que proyectan sobre los demás, generalmente sus propios hijos, el desvarío que existe entre una realidad que ignoran y una imagen ideal de sí mismos que pugnan para ver reconocida ppor el mero hecho de ser los progenitores. En tales casos, los hijos son ignorados como personas con deseos y proyectos propios, pasando a convertirse en objetos de manipulación , propicios como son, de grado o por fuerza, al moldeado.

Por todo ello, hay separaciones altamente traumáticas, y la confusión de los papeles permite considerar que numerosas oposiciones a la maduración de los hijos sólo traslucen el sueño imposible de quienes prohíben lo que hubiesen querido en otro tiempo hacer y no hicieron.

Por el contrario, cuando los sujetos han hallado un equilibrio entre su propio Yo y el papel que están obligados a desempeñar como padres, la independencia de los hijos no se vive como una amputación de la familia, sino como una ampliación y enriquecimiento de la misma.

 

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